Aquí me tenéis, una cálida (por no decir bochornosa) tarde de Agosto. Empapándome del silencio solitario que habita en casa, no por mucho tiempo.
Auster sobre mi escritorio, me atemoriza ver cómo escribe sobre su propia autodestrucción, la mía, al fin y al cabo.
Al otro lado de la pantalla, mi querido Artur parece encaramarse a lo alto del más alto y hermoso árbol, y gritar, que le gusta la vida.
La amamos, es cierto, tan cierto como que nos amamos desde el primer día, y también como que la amamos en tanto que dure la ensoñación de salir de aquí.
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